viernes, 23 de enero de 2009

El balor de la palabra hezcrita


Amo las palabras. Amo nuestro idioma. En definitiva es nuestra manera de comunicarnos. Pero hoy parece que lo semántico está antepuesto a lo sintáctico y lo morfológico.
Leemos Hescritura e inferimos el significado, pero eso no salva el error.

Y el error proviene del aparente desprestigio de la palabra escrita. Basta con detenerse a leer un par de artículos de cualquier periódico para encontrar errores garrafales.

Para intentar escribir, lo primero es leer.
¿Qué vamos a decir si no sabemos escribirlo?
No importa, dirán. El lector entiende.
No es así. O por lo menos no debería serlo.

La no lectura es, también, parte del no conocimiento. Nombres propios mal escritos (de personajes importantísimos) o escritos como suenan (total la gente entiende), sumado a la desinformación desde la que intentan informarnos.

Son nuestros actuales periodistas, maestros (leyeron bien), actores... Si un dato es ficticio, no importa, total la gente no le presta atención. Si un nombre está pesimamente escrito, no importa.
Pero el interesado en leernos lo lee mal. Pero confía en quien escribe. Porque debería saber.
Y no hablo de que yo sepa escribir. Nada más lejano.

Cometo mis errores, trato de enmendarlos. Pero sigo con el ejercicio cotidiano de la lectura.
No basta con la mínima base de palabras que contiene el corrector ortográfico de cualquier procesador de textos, si uno no tiene idea de lo que escribe. Porque el corrector no puede detectar contenido.

Si yo escribiese que hay bacantes para un puesto de trabajo, el corrector me diría que está bien escrito. Porque la palabra bacante existe. Pero es de muy distinto significado de la que correspondería para la frase.

Entonces, si uno no sabe ortografía, no puede usar el corrector ortográfico. Por lo menos no podría usarlo bien.

Tampoco hablo de subordinadas sustantivas, de coordinadas...

Hablo de sentido común. Desde chico los maestros nos vienen machacando que leamos, que leamos...

No hay plata para correctores.
Pronto, tampoco va a haber plata para redactores.
Sí. El tema debe ser la plata.
A propósito: ¿Cuánto te vino de luz?
No es vida.



4 comentarios:

Raúl dijo...

Eselente comentario!

la bonaerense dijo...

No sabés lo que sentí al leer tu post. Estando de vacaciones de a ratos me olvido de la realidad del aula, lo difícil que es enseñar y pedir perfección. Algunas veces, que un chico violento o abusado escriba un párrafo con 15 errores me alegra muchísimo. Y sé que es casi imposible que lo escriba sin errores en el futuro, porque dejan de estudiar mucho antes de poder entender las reglas.

También pienso en mi sobrina, tan inteligente y con notas perfectas, que escribe en su fotolog en otro idioma, aunque ella dice que es mi lengua materna.

Ay Claudio, cuánta verdad!

Besos.

María Pía dijo...

Como estudiante de Letras soy sumamente exquisita con las formas de escritura, con las formas del hablar y del escribir correctamente. De hecho me esmero en hacer bien las dos cosas.
Considero que es inminente darle un vuelco a tanta vaguedad y manipulación asquerosa que hoy aparece en nuestras letras; por una buena vez, enterrar las pseudoescrituras surgidas del mensaje de texto, de cronolectos expandidos o desbordados, y por sobre todo de un culto generalizado de lo "express". Hay una norma, respetémosla por el bien de nuestro idioma y también por el bien del buen gusto que creo, debe seguir prevaleciendo.
Excelentes tus palabras.

Raúl dijo...

La base fundamental, como bien comentás, Claudio, es el hábito de la lectura. Es innegable que las nuevas generaciones lo han ido perdiendo, en pos de nuevas formas de "comunicación", más cómodas, más rápidas, claro, que la de cultivar el idioma, la palabra, el respeto por el otro. No hace falta "entrenarse" acercándose a los grandes clásicos. Todo rápido. Todo "fast fod".
Tanto apuro para no llegar a ningún lado.
Es oficial: me estoy poniendo viejo.