miércoles, 19 de noviembre de 2008

Las llaves del reino


Durante aquellos viajes de capacitación por el interior de nuestro país, me tocó una sucursal del Banco Nación ubicada en el sur de la provincia de Buenos Aires.


Por lo que van a leer en esta anécdota, tampoco esta vez les puedo decir el lugar exacto. Por ende, llamaremos a esta localidad con el nombre de Costa Mosquito.


Costa Mosquito es una gran ciudad, por ende, tiene más de una sucursal del BNA. En una de ellas transcurría plácidamente la semana de capacitación. Lo de plácidamente tómenlo como un verdadero eufemismo, ya que el local era pequeño, estaba en proceso de refacción con el agravante de haber coincidido con el equipo de instalación de la red informática, que se hallaba algo atrasado.


O sea que en realidad era un caos. Un verdadero caos al que sólo morigeraba la calidad humana de la gente de la sucursal, del grupo de instalación y la mía propia. (Recuerden que no tengo abuela y a la que conocí durante mi infancia, adolescencia y principio de la adultez, no me quería ni un poquito. -¡bah!, era mutuo-).


En ese clima, transcurrían entre mates, cables y cajas de cerámica, las jornadas del curso.


El día jueves saqué el pasaje de vuelta para las 20:00 hs. del viernes, con lo cual debía dejar la sucursal alrededor de las 18:30. La hago corta: No alcanzaba el tiempo para hacer el paquete de informes en el último momento, por lo que decidimos que el viernes yo llegaría a la sucursal alrededor de las siete de la mañana para hacer tranquilo las fotocopias de los informes.


Antes de terminar la jornada del jueves, se me acercan el gerente y el contador de la sucursal y me entregan un manojo de llaves.


Sí. Las llaves del banco. Con la excusa de que no llegarían antes de las 8:30, ya que llevaban a sus hijos al colegio.


Me indicaron la ubicación y el funcionamiento del tablero eléctrico general de la sucursal y la puesta en marcha de la fotocopiadora.


Estábamos saliendo, cuando me hacen una última recomendación: Si pasa la policía, te ve solo en la sucursal y te pregunta por nosotros, deciles que te abrimos y que fuimos a llevar los chicos a la escuela y volvemos enseguida.


Volví al hotel, me refresqué, deseché el traje y, ya cómodo, me fuí a cenar.


Más tarde, en la cama, cuando ya no tenía ganas de leer y en el cable, como siempre no había nada interesante para ver, apagué el velador y me dispuse a dormir.


Me dispuse. Lo que no quiere decir que lo haya logrado. Porque recién en ese momento, me terminé de dar cuenta de que las llaves del banco estaban sobre la mesita de luz.


Para qué contarles... No pegué un ojo en toda la noche. Las llaves del banco.


¿Y si robaban el banco? ¿Cuál iba a ser mi coartada?


¿Quién iba a creerme? Un extraño, porteño -para más datos- tenía libre acceso a una sucursal del BNA...


A las 6:30, con las ojeras verde grisáceas colgando sobre mis rodillas y un café doble tomado a las apuradas, salí para el banco, como quien se dirige al cadalso.


Abrí la sucursal. Encendí las luces y luego la fotocopiadora. Al rato, percibo que un patrullero pasaba despacito frente a la sucursal junto a una corriente eléctrica que circulaba de un extremo al otro de mi columna vertebral. Siguieron de largo.


Cinco minutos después, llegó el contador, seguido de cerca por el gerente.


Me saludaron. Pusieron la pava, me convidaron unos mates y yo aproveché -como quien no quiere la cosa- a endosarles la prueba del delito, con la poca naturalidad y desenfado que me quedaban de mi experiencia teatral.


Ellos, no se dieron cuenta. Pero yo no me sentí seguro hasta que se abrió el tesoro y nadie salió gritando que estaba vacío.


No es vida.


4 comentarios:

El gato vagabundo dijo...

¿mira si esos atorrantes habian vaciado el tesoro y despues de dejarte las llaves desaparecian?

Ahi si que no ibas a tener coartada.

Lastima no haber estado ahi. Hoy escribiriamos desde Aruba con la notebook tomando whisky en la playa. Bueno, no. En realidad no podria vivir con eso en la conciencia.

Maldita honestidad!

Anónimo dijo...

Claudio!
Me encantó el relato!!
Es cierto, muchas veces en la vida estamos en situaciones que parecen inocentes, pero que si las miramos con ojos mundanos en realidad son trampas mortales!!
Como experiencia personal, una vez en el sur, un chico en la terminal de ómnibus, me pidió si podía guardar una cosa en mi bolso pq el de él ya estaba en el buche del bondi. Le dije que "si, no hay drama".
Cuando llegamos a retiro me pagó el favor con unos de los quien sabe cuántos porros había en el paquete. ¿Pueden creerlo?.
La historia no pasó de ahí, pero en mi perra vida vuelvo a decir que sí a semejante petición!!!

Anita dijo...

Que momento!!
Me encantó la historia, no se si es real o no, pero para mi fue como verla en vivo!!!
"con las ojeras verde grisáceas colgando sobre mis rodillas" excelente !!!

Claudio G. Alvarez Tomasello dijo...

Gracias por escribir, amigos.
Por cierto, Anette, la historia es cierta.