lunes, 3 de noviembre de 2008

Marta Gómez


Trabajábamos juntos. Bah, en el mismo piso. Ni siquiera en el mismo sector.

En ese tiempo yo vivía solo en un mini departamento por Villa Urquiza (Altolaguirre y Monroe).

Un día caí en cama con una bronquitis de aquéllas. No quise joder a mis padres ya que mi viejita no andaba bien de salud y, por ende, no les avisé.


Estaba muy solo. Y enfermo. Combinación explosiva en un varón que se precie. La bronquitis me había pegado fuerte y era una situación ideal para pelar al demandante que uno lleva dentro de si. Pero la combinación con mi soledad hizo que tuviese que bancármela como en realidad tiene que ser.


A la segunda noche, a eso de las ocho y media de aquel invierno de 1991, suena el timbre del departamento. Era la portera. Me venía a avisar que abajo había una chica que quería subir a verme, pues sabía que estaba en cama. Me dijo su nombre y (algo extrañado) le dije que la hiciera pasar.


Debo decir que lo de extrañado era porque, si bien sabía que ella vivía a unas cuadras, no era más que una compañera con la que mucho tiempo no me tocaba compartir.

Después de saludarnos me dio una bolsa con un tuper que traía y me dijo que lo llevase a la cocina. Dentro del recipiente: sopa casera de pollo.

Voy a parecerles un tarado, pero el gesto me conmovió muy mucho.


Desde aquél día nos fuimos haciendo más y más amigos. Y compartimos muchas cosas, lindas y feas. Hace un tiempo que la vida quiso que por razones muy puntuales no pudiésemos encontrarnos tanto como quisiéramos.


Siempre seguimos comunicados y sin echar culpas por no vernos. El jueves voy a verla después de casi un año y medio. A ella, a Gabriel, su esposo (un hueso difícil de roer para hacer amigos, pero que es un corazón de aquéllos).


Y voy a conocer a su segunda hija.

Van a pasar años, les garantizo, pero nunca, nunca, me voy a olvidar de aquella sopa casera de pollo.


Esto es para vos, Morticia.

4 comentarios:

El gato vagabundo dijo...

Esos gestos son inolvidables. Me pasó estando tambien muy enfermo, que viniera una señora (que me cuida el nene) a traerme una montaña de milanesas deliciosas.

Y el macho recio y terco que fui, se deshizo en un instante. Ahora, soy un hombre agradecido.

luli dijo...

simplemente, un hermoso recuerdo!

felicidades por ud!

saludos!

Anónimo dijo...

Los recuerdos, los olores, los sabores... Muy lindo.

la bonaerense dijo...

Me imagino xq no podés olvidarlo, es un gesto muy cálido, del tipo maternal. Una grossa tu amiga. Qué lindo contar con gente así, aunque sea desde lejos.

un beso.