jueves, 2 de octubre de 2008

Sarampa II (Una puerta entreabierta)


Las jornadas del curso discurrían regadas de mates y de cositas ricas que traía la gente o el gerente de parte de su esposa. Las sucursales del BNA son eso: familias; y con todos los condimentos de una familia común. Las cosas buenas, las regulares y las malas. Gente maravillosa que no olvidaré, que contribuyó a hacerme mejor persona y eso es para agradecer.


La sucursal estaba en obras de remodelación, por lo tanto, el quincho no estaba utilizable. Con lo cual el asadito de despedida del curso lo planearon en una parrilla en el otro extremo de Sarampa, para el viernes a las 19:30, ya que la movilidad que me acercaría a Cnel. Rampuglia para el regreso a Baires, pasaba alrededor de las 22:30.


Ese día, por gentileza de la gente y para no fallar con el asado, decidieron empezar la jornada de curso sin corte, o sea después del cierre al público de la sucursal, pues debíamos efectuar la evaluación del curso y hacer quichicientas mil fotocopias para repartir entre tres diferentes receptores. (¡Uf!)


A eso de las seis de la tardeestaba yo en la oficinita de la fotocopiadora preparando los juegos y se me acerca el gerente:


-Claudio...




-Sí, Gerente.



-Cuando termine con las fotocopias, vaya al hotel, refrésquese, prepare el equipaje y lo esperamos a las 19:30 en... (me indica como llegar a la parrilla).


-Ok, Gerente, quedamos así.



Un cuarto de hora después terminé con la tarea. Me puse a recorrer la sucursal para avisarle a quien estuviera que ya me iba.


La sorpresa fue mayúscula cuando después de recorrer cada rincón de la sucursal a los gritos de:



-Gerente...



-Contador...



-Tesorero...



Me termino de dar cuenta de que estaba en total soledad. Corro hacia la puerta principal y la encuentro entreabierta...



Volví a la recorrida para constatar mi pasmosa soledad.



¿Qué hago?, me dije. ¿Debía cerrar la puerta, apagar el aire, las pc...?


Entré en total desesperación. Para agravar mi taquicardia paroxística la casa del gerente no se encontraba pegada a la sucursal. Era a tres cuadras de allí.


Tomé coraje, me aproximé a la puerta, salí, la arrimé sin cerrarla del todo, respiré hondo y como mi castigado cuerpo de obesito tirando a obeso, por entonces, me lo permitió, corrí a la casa del gerente.



No fue mucho tiempo, pero para mi cerebro fue como un siglo. Las imágenes de los diarios del día siguiente con mi cara en la tapa culpándome del desfalco a la sucursal Sarampa del Banco de la Nación Argentina, me atosigaban.



Sin aliento, toco a la puerta. Mi cara denotaba catastrófico terror.



-¿Qué pasa, Claudio?


-El banco... la puerta... el aire... las pc... ehhh... está todo abierto y no quedó nadie... -enhebré.



Tras una carcajada que me resultó un tanto insultante, el gerente dijo:



-Tranquilo... Está todo bien. Vaya al hotel, prepárese y véngase a la parrilla que después cuando termine el asadito, nosotros volvemos a la sucursal a terminar el trabajo y cerramos todo.



No es vida.








El próximo relato de la serie Proyecto Centenario tratará sobre los caballos de verdeo.



5 comentarios:

Raúl dijo...

Qué bien lo contás!

PD: Para cuándo las anécdotas del grupo de teatro!

El Vasco dijo...

Donde queda ese banco? ando corto de efectivo

El gato vagabundo dijo...

Excelente... asi era la vida en los pequeños pueblos. Las bicis de grandes y chicos tiradas en la vereda, los autos abiertos... y los perros durmiendo la siesta.

Extraño esa vida. Esa si que era vida.

Martín dijo...

Pero pueblos así atentan contra las vocaciones de la gente. Imaginemos que un chico nace con una habilidad innata de boquetero. Para demostrar sus aptitudes, tiene que vijar al exterior.
¿Será ésta la causa de nuestra conocida fuga de cerebros?

difícil la tipa dijo...

Ilusionarte con un final policíaco debe ser la venganza sarampiana para quienes atentan contra las costumbres del lugar!
Estaba escrito que "algo" iba a suceder!