miércoles, 14 de mayo de 2008

Docente oriental


A la vuelta de mi casa hay un supermercado chino o coreano, no sé bien, ni me preocupa especialmente. Concurría con cierta asiduidad, ya que por lo contrario a lo que uno ha experimentado se trata de un lugar bastante limpio, ordenado y –sobre todo- con precios acomodados a estos bolsillos en caída libre que poseo.

Todo bien durante unos meses. Les comento que había un horno eléctrico que después descubrí, es bastante corriente hoy en día, donde sacan unos panes muy parejitos, linditos, fresquitos y todos los itos que se les ocurran. Son algo caros, pero es difícil no caer en la tentación.

Un día estaba en el sector carnicería, con vista panorámica al de fiambrería, donde estaba ubicado el horno mencionado en pleno funcionamiento, manejado con casi destreza por el oriental de turno (son como 54, no los reconozco bien, pero sé que es un problema cultural).

Entre los olorcitos propios de la fiambrería y los de la camada del pan recién hecho, mi pituitaria de gordo ARDÍA. Observaba la tarea con verdadera fascinación gallinácea.

El oriental volcaba el contenido de la asadera (placa de horno –utilísima dixit) en la canasta donde los panes reposan escasos segundos hasta que la gente los saquea virtualmente.

Pobre oriental, se le cayó uno al piso.

¿Pobre oriental? Se agachó a recogerlo y lo puso EN LA CANASTA DE EXPENDIO.

Sin inmutarse, claro.

En la carnicería, aparte del carnicero, su ayudante y yo, esperábamos unas 5 personas (señoras, señores). Todos lo vimos. Todos.

No aguanté y lo increpé preguntándole que hacía. Que cómo iba a tomar el pan del piso y ponerlo para la venta.

Me contestó airado que el piso esta SECO.

Le dije que no importaba, que por ahí caminaba él y la oriental que atiende la fiambrería.

Discutimos un poco más. La gente, a mi alrededor, asentía. (A mi favor, claro.)

El oriental me terminó echando del local como si fuese un delincuente, diciéndome que le estaba faltando el respeto y que si no me gustaba, que no volviera más.

El carnicero y su ayudante, bajaron la cabeza. Los clientes que me reodeaban, abrieron el círculo y dejaron de mirar la situación y mirarme. Me entregaron.

Salí del local con una serie de sentimientos mezclados.

No voy a hablar de lo que pensé de los argentinos que estaban viendo la escena y se quedaron.

Pero, de todo se aprende.

También me sentí desnudo como ciudadano.

La verdad es que el oriental me dio una clase magistral de cómo es vivir en mi país.

Más que eso. Dio cátedra.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero q barbaridad! Yo me hubiese ido con vos!!!!
No baje los brazos, es el 1º post suyo que leo..bajare para conocerlo un poco mas.
Agradezco me permita dejar mi saludo.

Solitaria_Mal_Humorienta

Den dijo...

claudio, encontre en enlace de tu blog en la peleadora y lo segui...que bueno que lo segui! en un ratito lei casi todas tus entradas y apenas me desocupe leere el resto...la verdad, me encanto
saludos

Claudio G. Alvarez Tomasello dijo...

Gracias, de corazón.

Anónimo dijo...

Quizás era una prueba oriental para fortalecer vuestros estómagos occidentales, naturalmente incomprendida por nuestra cultura (me incluyo, también yo lo hubiera visto así si no hubiera recibido la iluminación). hay que saber apreciarlo.

Isa

Anónimo dijo...

También llegué aquí por un comentario tuyo a peleadora, te instalé en favoritos, aunque no siempre comente.
Isa

Unknown dijo...

Eso pasa por mirar, si te ubieses concentrado solo en la balanza (casi apuesto que lo que te pasó fue todo un montaje para joderte en algunos gramos) nada de esto te ubiera afectado, por otro lado te abras dado cuenta que la ignorancia no es tan mala y te evita malos momentos.

Yo, el agradable

Claudio G. Alvarez Tomasello dijo...

Gracias a todos. Lius, vos debés ser unoooooo....