sábado, 10 de mayo de 2008

Oia



Ayer recibí la contestación a un mensaje de texto (SMS) con la palabra (¿neologismo?) más absurdamente actual: te esemeseo en la semana.

Sí. Leyeron bien. Alguien durante la próxima semana me va a esemesear.

Tengo miedo.

Casi diría que entré en pánico.

Alguien me va a esemesear, murmuro durante la noche, en la oscuridad de mi cubil… moviéndome despacio, casi arrastrándome por las paredes y muebles.

¿Qué me van a hacer la semana que viene?

Por las dudas, ya lo saben. Si aparezco en una zanja putrefacta ensartado por un Nokia 6500KIYTR PLUS… fue Raúl.

¿O será algo erótico?

No me queda más que esperar.

No es vida.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Rescate esto sobre la envidia, y me gustaria compartirlo con Uds.
un abrazo a Claudio

La confrontación envidiosa
Deseámos lo que vemos. Ser como los demás,
tener todo lo que tienen los demás. Cuando somos
niños aprendemos mirando a nuestros hermanos,
a nuestros padres. Cuando somos adultos
lo hacemos observando lo que hacen nuestros
vecinos, los personajes del espectáculo y nos identificamos
con ellos. El deseo es una energía avivada
desde el exterior. El contacto con otras personas
nos estimula, nos seduce, nos tienta, nos
impulsa a querer siempre más, siempre cosas
nuevas, a apuntar a miras cada vez más elevadas
y a superarlas.
Pero esta incesante actividad deseosa encuentra
inevitablemente frustraciones. No siempre
logramos obtener lo que han obtenido aquellos
que nos han servido de modelo. Entonces nos
vemos obligados a dar un paso atrás. Este retroceso
puede asumir varias formas: cólera, tristeza,
renunciamiento. O bien, un rechazo del modelo
con el cual nos habíamos identificado. A fin de
contener el deseo, rechazamos a la persona que
nos lo ha suscitado, la desvalorizamos, decimos
que no tiene méritos, que no vale nada. Esta es la
primera raíz de la envidia.
La otra raíz de la envidia surge de la exigencia
de juzgar. A fin de saber cuánto valemos nos
confrontamos con algún otro. Empezamos de niños
cotejándonos con nuestro hermano y es nuestra
madre quien nos compara con él. Y luego, en
el transcurso de nuestra vida continuamos haciéndolo
con los amigos, con los colegas, con quienes
nos han superado o con quienes hemos dejado
atrás; cada vez que nos evaluamos, somos
también evaluados por los demás.1
Esto ha ocurrido en todas las épocas, ocurre
en todas las culturas, tanto entre los hombres como
entre las mujeres y nadie puede sustraerse a
ello. Mejor y peor, arriba y abajo, más y menos,
bueno y malo, elogio y reprobación, éxito y fracaso,
todas son comparaciones. Para poder pensar
en._nosotros mismos, estamos condenados a confrontarnos
con otros seres humanos, con sus cualidades,
con sus virtudes, con su belleza, con su
inteligencia, con sus méritos. En el fondo de cualquier
valoración siempre hay "alguien" que constituye
nuestra medida, que en la confrontación se
instala en el centro de nuestro ser.
Queremos ser mejores, superiores, más apreciados.
No hay un límite para esta incitación,
para este ascenso. Por eso nunca se terminan la
confrontación, el juicio, la sucesión ilimitada de
valoraciones, a veces soy mejor, a veces peor, a ve-
1 L. Festinger: "A theory of social comparison process",
en Human Relations, 1954, 7, págs. 114-140.
10

Raúl dijo...

Jajajaa... bien aplicado lo de "neologismo", puesto que el supuesto verbo vino a mi mente mientras te escribía. No te quejes, vos venís bloggeando y nadie dice nada... Jajaja..

Cuando quieras hablamos de cine en el blog.
Abrazo