lunes, 2 de junio de 2008

Un poco más grandes

Fue todo un acontecimiento: Mi primer viaje SOLO en colectivo. No se crean que hice el recorrido del 60 de Tigre a Constitución. Para nada. Apenas hasta la casa de mi abuela paterna… un viaje de 15 minutos como máximo.

Pero para mis 10 años tenía otra connotación. Me estaba haciendo grande.

El trayecto lo había hecho mil y una veces acompañado de la familia o de mi viejo. Lo sabía más que de memoria.

Sobrevinieron a esta gesta diferentes aprendizajes. Vale aclarar que éramos muchos primos y que, entre ellos, yo no formaba parte de los elegidos por la abuela. Por eso me tuve que conformar contando el suceso a unas tías y primos que vivían en la casa, ya que cuando fui a ver a la abuela, ésta (lo recuerdo como si hubiese sido ayer) se hizo la dormida.

Encima diez minutos después apareció mi viejo que se había tomado el siguiente colectivo.

Estuvo mal el viejo… tendría que haber tomado un taxi y decirle, como en las pelis: -Siga a ese colectivo. Habría sido lo mismo de humillante pero con un toque de prestigio.

Pero no. Se tomó el de atrás y no tuvo necesidad de indicarle el camino.

De todas formas éstas son lucubraciones que hace uno de grande. Por el año 69, yo estaba feliz con mi certificado de un “poco más grande”.

Y así se sucedían los días y apareció la primera ida al cine del barrio con un amigo de mi edad sin un adulto cerca. Otra aventura. Y el cine, como omnipresente.

En Mataderos, cuando yo era chico (pleistoceno superior), había tres cines.

El Alberdi, El Oliden y El Plata.

El más lindo era El Plata, que daba los estrenos nacionales (Sandro, Los Campanelli, etc.).

En el Alberdi (segundo en la escala edilicia) daban pelis con subtítulos o para mayores de 14 o 18. En el Oliden (ya entonces a punto de desaparecer en manos de los curas de la iglesia San Vicente de Paul), daban películas de segunda. Casi no recuerdo a este cine por dentro.

La primera vez fue al Plata. Si no me equivoco un veraneo de los Campanelli… (Bueno, no pongan esa cara… los domingos al mediodía en la tele eran número puesto).

Fui con Tito, compañero de clase y amigo del barrio.

Aparte de las mil y una recomendaciones de la vieja, nos dieron la plata hasta para comernos una pizza en El Cedrón. Para nosotros ya era más que un acontecimiento. Era lo máximo. Así lo vivíamos.

Pasó el tiempo y con una vecina y amiga apenas dos años mayor, fuimos al Gran Rivadavia, de Floresta… lo que suponía también el viaje en colectivo. Ya no hubo plata para la pizza, pero sí una bolsa con medio kilo de caramelos sugus.

No recuerdo la peli. Ni me importa. Lo que tengo en la mente eran nuestras manos casi entrelazadas dentro de la bolsa de caramelos. Lo más parecido a una caricia. Y Nelly aun hoy es verdaderamente bella. A ninguno de los dos nos gustaban los de eucalipto, así que en la oscuridad del cine no se distinguía el color del envoltorio. Teníamos que probarlos. Si resultaban ser de eucalipto, eran convenientemente desechados volando hacia la pantalla del cine. Qué intrépidos. Cómo nos reíamos…

El atractivo especial del Cine Alberdi era que mi tío Mario era el acomodador. Y aquí aparece otro personaje que un poquito me marcó para bien.

Porque verlo un poco liberado de la disciplina que imponía en su casa la tía Irma, era (para mí) fantástico. Era uno más de nosotros. (ya íbamos en patota). Más de una vez nos dejó pasar sin entrada, lo que para nosotros era como haber conquistado la cima del Aconcagua.

¡El tío Mario! Un porteño de ley por ese entonces, charlaba con nosotros de igual a igual. Algo que los padres de uno no se permitían, pues guardaban algo de distancia, para no ser fagocitados por sus propios hijos.

Recuerdo con mucha ternura al Tío Mario. Y con admiración.

Pero hubo otros cines. Se los cuento en la próxima.




El de la foto es El Plata, en la actualidad, si bien recuperado para la ciudad, como inmueble, aun sigue esperando su futuro prometido de centro cultural .


4 comentarios:

El gato vagabundo dijo...

Por los 70s vivi en Murguiondo y La Rosa. Enfrente de AEA, ahi nomas de la Winograd.

Cuantos recuerdos me trajo tu Post Claudio !!!!

Anónimo dijo...

La humedad de la tierra fértil; los pequeños cauces, con sus crecidas estacionales; los "queltehues" como le llamábamos cuando pequeños a esos pájaros que volaban casi a ras de suelo que, con su cri cri, anunciaban la pronta llegada de la tempestad. Estábamos en un Macondo a la usanza del campo chileno, en un rincón, muy hacia el interior de la zona central, típico de lo "huaso". Imaginarme nuevas tierras, con personas que pulularan por las recónditas calles de una urbe era impensado. Eso solo se veía en la televisión -la que por cierto se encendía únicamente en la noches, despertada por una batería de esas que usan los automóviles en la actualidad para alimentarlas de electricidad. En todo caso, uno de los recuerdos que tengo presente, es aquel relacionado con la bicicleta, propiedad de mi padre. Estaba refaccionada hasta no más dar, una y otra vez. Era el vivo retrato de una "bici Frankenstein". Es increíble que rememore aquello, porque la relación con él siempre ha sido, por decirlo de alguna manera, lejana, con recuerdos dolorosos, pero con un distanciamiento a estas alturas que ya ha cicatrizado. Él, sentaba a mi hermano menor en el manubrio, y a duras penas en la parte de atrás, de pie sobre una especie de parrilla, (yo) me sujetaba a sus fuertes hombros. Realmente era un espectáculo de malabarismo puro. Salíamos de aquellas tierras cargadas de rocío otoñal al mediodía para ir al colegio. Hoy, ese viaje nuevamente quisiera hacerlo, caminando y conversando con mi viejo acerca de la vida que nos ha tocado vivir y construir, valorando su existencia y entrega, mirándonos sin culpas ni remordimientos a los ojos...dirigiéndonos la mirada a nuestros rostros, en fin, miradas de padre e hijo. Gracias amigo por ayudarme a traer ese pasado. Aún tengo tiempo. Francisco Ferrari

Claudio G. Alvarez Tomasello dijo...

Gracias por los comentarios. Un lujo.
También, fiel a su aparente timidez, escribió un mail Jorge de Carapachay, que agradezco de corazón.

Raúl dijo...

Mis equivalencias a la entrada de Claudio: mi primer viaje... en ascensor!!! (en compañía de mi intrépida abuela materna, que entró en un edificio de la zona de Catalinas, me hizo subir y bajar sólo por complacerme) y el cine Colonial de Avellaneda, tres de corrido (western, soft sexo y "la principal"), la pantalla al lado de las entradas, o sea, llegada la fila en la que sentarse, había que darse vuelta!