Por Hernán Brienza
Supongamos que en una noche de poesía y de absenta, bien
entrada la madrugada, uno tuviera el coraje de hacerse preguntas
políticas existenciales.
Supongamos que en una noche de hiel y amargura, a usted lo asalta
el mismo cinismo de fin de siglo que lo abrumó allá por fines de los
noventa.
Supongamos que mientras el verde brebaje se desliza como un veneno
por sus entrañas, usted se hace las preguntas más crueles que uno puede
realizarse tras diez años de kirchnerismo: ¿Y si nada de lo hecho tuvo
sentido? ¿Y si nada de lo hecho, si ningún esfuerzo, ninguna batalla,
ninguna obra tuviera sentido haber sido realizada? ¿Y si, finalmente,
este pueblo no se merece absolutamente nada más que ser vapuleado por el
liberalismo conservador y los sectores dominantes?
Sigamos con las preguntas, operacionalicemos la duda existencial.
¿Y si los dos millones y medio de jubilados nuevos no merecían ingresar
al sistema? ¿Tuvo sentido hacer ingresar a millones de personas al
mercado laboral? ¿Y descender los índices de pobreza y de miseria de
forma abrupta como en ningún otro lugar de Latinoamérica? ¿Y bajar más
de un punto el índice Gini de desigualdad logrando que Argentina sea más
equilibrada que Brasil, Bolivia, Chile y el propio Estados Unidos? ¿Y
si los cuatro millones de gays, trans y lesbianas no merecían el derecho
a la identidad y al matrimonio igualitario? ¿Y si no importara que las
relaciones internacionales fueran razonablemente dignas o
vergonzosamente carnales?
Diez años, una "década ganada", para que millones y millones de
argentinos bailen al compás de la conga hecha por un mentiroso
desmesurado que envenena el alma de los argentinos los domingos a la
noche.
Para que un empresario inescrupuloso que lucró con los ahorros de
los argentinos a través del Estado sienta las manos libres para forzar
el tipo de cambio que más le convenga.
Para que cientos de lúmpenes aprovechen la ausencia momentánea de
la policía –herencias de la dictadura nunca reformadas– para lanzarse
sobre el almacén de su barrio a vaciar las estanterías en la cara del
dueño del local demostrándole que nada ni nadie los une como seres
humanos.
¿Qué debe haber pensado la presidenta de la Nación Cristina
Fernández de Kirchner luego de las elecciones de octubre pasado? Pero no
me pregunto qué debe haber analizado en términos políticos o qué
estrategias eligió para continuar con su gobierno. Me pregunto, en
realidad, ¿qué debe haber sentido? ¿Diez años de pelea política con los
principales grupos de poder en la Argentina –militares, Iglesia, grupos
económicos, Clarín, la Sociedad Rural– para que de buenas a primeras
millones de argentinos voten a un muchacho insustancial de risa
prefabricada? ¿Tuvo sentido tanto esfuerzo? ¿Tanta soledad?
Los maliciosos podrán hablar de los millones de los Kirchner,
incluso la Pitonisa de la Envidia Maloliente podrá hacer grandes
discursos sobre corrupción y otras yerbas.
Pero, ¿qué sentido tuvieron esos millones? ¿No habría sido mejor
para Néstor Kirchner haber dejado todo y mandarse a mudar al sur a
disfrutar de esos millones? ¿Se merecen los millones de argentinos de
hoy la muerte de Néstor Kirchner? ¿Tuvo sentido haber perdido la vida
privada en nombre de la política?, ¿o es más redituable dedicarse a los
negocios privados, corromper de vez en cuando a algún funcionario,
explotar habitualmente a los trabajadores y vivir serenamente gastando
los millones de otros?, ¿o alquilar miles de hectáreas a un pool de
siembras y tirar manteca al techo sin la obligación de hacer política,
gestionar el Estado y andar lidiando con las necesidades de millones de
personas?
¿Qué debe haber pensado y sentido la presidenta de la Nación al ver
que ningún gobernador ponía lo que había que poner para enfrentar a los
policías rebelados? Por ejemplo, ¿por qué José Manuel de la Sota en vez
de mandarles "saludos cordiales" a los uniformados amotinaos no se
abrió la camisa como el presidente de Ecuador Rafael Correra mostrándole
el pecho a los amotinados y pedirles que disparen?
Pero, ¿se merecen los argentinos un Rafael Correa o un Néstor
Kirchner?, ¿o les basta con un presidente de cuarta que, por ejemplo, le
mande "saludos cordiales" a la Sociedad Rural cuando le exija que le
bajen las retenciones; o a las Fuerzas Armadas cuando le pidan un nuevo
indulto; o a los empresarios cuando pretendan un tipo de cambio de 14 a 1
para favorecer sus ventas aun cuando suman en la pobreza a millones de
argentinos?
Claro que ante Jorge Capitanich, De la Sota no mandó "saludos
cordiales" a nadie e hinchó el pecho como una cacatúa frente a un jefe
de Gabinete que optó por ser un anfitrión amable antes que plantarle
unas cuantas verdades al gobernador que utilizó los micrófonos de la
Casa Rosada para hacer vergonzosa campaña política después de haber
dejado incendiar su provincia y de pedir la escupidera financiera a la
Nación después de haber hecho desmanes con la economía de su provincia.
¿Debía la presidenta de la Nación suspender la fiesta popular por
los 30 años de democracia haciéndole el juego a un puñado de
desestabilizadores que eligen los diciembres para ajustar cuentas con la
política?
Obviamente, falta mucho por resolver en la Argentina. Y el
kirchnerismo no ha podido resolver todos los problemas, claro. Existe
una pobreza estructural difícil de remover, se necesitan decenas de años
para lograr construir una sociedad relativamente cohesionada.
Porque los hechos de los últimos días demuestran que vivimos en una
sociedad con los lazos mínimos de solidaridad destrozados. Bastan unos
minutos de negrura para que el argentino se convierta en lobo del
argentino. Los saqueadores, los gringos hijos de gringos que salieron a
cazar motociclistas negros en Nueva Córdoba, los policías-delincuentes
que robaron artículos del hogar demuestran que siempre es posible volver
al canibalismo.
Y permítanme la pregunta: ¿tuvo sentido el peronismo en este país?
Décadas de sufrimientos, de humillaciones, de prohibiciones, miles de
asesinados, de callados, de desaparecidos, de mutilados para que ahora
algunos anden especulando con un "peronismo bobo", un bodrio histórico
que sólo administre los bienes de las clases dominantes con un sistema
de migajas para los sectores populares, un neomenemismo compuesto de
obscenidades y empobrecimientos. Y hablando de Carlos Menem, ¿qué
sentirá el ex presidente luego de haber hecho bailar "Qué tendrá el
petiso" a las clases dominantes en Punta del Este, hoy, que está oculto
en el más profundo de los olvidos?
Sin dudas, la política es una tarea ingrata. ¿Tiene sentido
enfrentar a los poderes económicos para defender a las mayorías o es más
y mejor negocio ser cómplices de las clases dominantes y reírse de los
millones y millones de argentinos que, finalmente, van a rasgarse las
vestiduras por unos puntos de inflación de más, un par de dificultades
para comprar dólares o un tonito un poco soberbio de un político
cualquiera?
Estas cosas me preguntaba la otra noche, mientras apuraba mi trago de absenta. O de ajenjo, como les guste más.